La filósofa
alemana Hannah Arendt acuñó
la expresión “la banalidad del mal” en su libro Eichmann
en Jerusalén. La frase venía a ilustrar el hecho de que los actos
más terribles de los que es capaz un ser humano no ocultan
necesariamente a un monstruo terrible detrás de ellos. Aunque nos
sintamos más cómodos pensando que es así y que los verdugos son
una especie aparte que no tiene nada ver con la naturaleza humana ni
con nosotros mismos.
Aquellos
hombres grises del historiador Christopher R. Browning enfoca el terrible tema de la Solución Final desde el punto de vista de los
verdugos. El Batallón de Reserva Policial 101 de la Policía del
Orden alemana en Polonia se convirtió en una eficaz máquina de
asesinar: entre Julio de 1942 y Noviembre de 1943 los apenas 500
soldados del batallón 101 fusilaron a un total de 38.000 judíos y
deportaron al campo de exterminio de Treblinka a más de 45.000.
Lejos
del estereotipo del soldado nazi convencido y fanático, los
integrantes del 101 eran profesionales de clase media y relativamente
mayores (en torno a los cuarenta años). No se distinguían
especialmente por sus ideas políticas ni por su antisemitismo. ¿Cómo
es posible que un conjunto de hombres vulgares que, salvo alguna
excepción, no mostraron nunca tendencias sádicas o violentas se
convirtieran en un grupo de asesinos? Aquellos hombres grises trata de explicarlo.
El
7 de Julio de 1942 se ordenó al batallón ejecutar su primera
matanza: en Jósefów fusilaron a 1.500 judíos. Los integrantes del
101, en su mayoría, quedaron muy afectados, pero salvo un pequeño
grupo nadie discutió las ordenes. (Hay que decir que a este pequeño
grupo no se le represalió por su actitud e incluso dejaron de
participar en las futuras matanzas. Sus oficiales les asignaron
tareas auxiliares)
Tras
Jósefów observamos la transformación del batallón. Tras el shock
inicial los soldados comienzan a acostumbrarse a su nueva tarea. A la
mayoría no les gusta pero no la discuten. Es más, los soldados
sienten más pena por ellos mismos, por ser obligados a realizar ese
trabajo, que por las propias victimas.
Ningún
abogado de los criminales nazis pudo demostrar, acabada la guerra, ni
un solo caso de represalia sobre los alemanes que se negaron a
participar en la Solución Final. Lo mismo se puede decir del 101:
los soldados que voluntariamente se negaron a participar en las
matanzas (menos del 20%) no fueron amonestados. Entonces ¿por qué
la mayoría de los soldados del 101 obedecieron de forma mecánica
unas ordenes que no les gustaban? Tras las primeras matanzas los
soldados se distancian fríamente de las victimas. No piensan en
ellas. Es más importante cumplir con el trabajo y quedar bien con
los compañeros que pensar en los judíos como seres humanos. Pero en
realidad son ellos mismos los que sufren un proceso de
deshumanización.
Después
de la guerra algunos experimentos sociológicos intentaron explicar
esa disociación entre obediencia y conciencia que permitía a
hombres como los del 101 a actuar de manera tan brutal. El más
famoso de ellos fue el realizado por Stanley Milgran en la Universidad de Yale.
Aquellos
hombres grises es inquietante. Nos muestra como un grupo de
hombres normales, pueden ser tus vecinos, puedes ser tu mismo, se
convierten en un mecanismo de asesinar. Lo más perturbador quizás sea
pensar como hubiera actuado uno mismo en la idéntica situación...
Aquellos
hombres grises
El
batallón 101 y la solución final en Polonia” (Ordinary men)
1992-1998
Christopher
R. Browning.
Ed.
Edhasa. 2002
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